ALFONSO MIRANDA MÁRQUEZ
Léon Pourtau nació en 1868 ó 1872 en un Burdeos ocupado, como toda la
República Francesa, por las fuerzas prusianas de Otto von Bismarck. El
canciller de hierro había roto la hegemonía gala. La Guerra Franco-prusiana desveló
el poder de una Prusia que lograba lo inimaginable: coronar el 18 de enero de
1871 al káiser Guillermo i en la
Galería de los Espejos del Palacio de Versalles, para unificar así a la
poderosa Alemania.
Es en realidad la última fase de los colonialismos feroces. El concierto
de naciones viraba sus directrices a la sumisión germana en el antecedente
directo de la Primera Guerra Mundial.
En este contexto muy probablemente quedó huérfano Léon Pourtau. De su
primera infancia no se cuenta con ningún documento. Sabemos que fue aprendiz de
tipógrafo. Con quince años, abandonó Burdeos para conocer París, donde se ganó
la vida en un pequeño restaurante de la calle Lafayette, al que por su cercanía
con la Ópera, asistían los músicos. Primero lavó platos, después fue mesero,
finalmente cantante. Así, se unió a un grupo y aprendió a tocar el clarinete.
Viajó por Francia y lo invitaron a formar parte de una banda de circo; para
ganar un poco más de dinero, clavaba las estacas de las carpas y bañaba a los
elefantes. De vuelta a París, entró en el conservatorio y por aquella época se
casó y tuvo dos hijos. Con sólo 22 años se convirtió en profesor en el
Conservatorio de Lyon. Su verdadero sueño era la pintura.
Amigo del también músico Georges Seurat, poco a poco aprendió el oficio.
Colores empastados, la pincelada suelta y efectista que iba del Impresionismo
al Puntillismo. Cuando el arte se llenó de luz y la joie de vivre caracterizaba a la Bella Época, siguió su propio
camino. Alejado de su maestro,
exploró una paleta oscura y recargada que se acercaba más a la expresión
germana.
El anciano
El orgullo herido y los estragos del desastre los capturó el artista en
este único lienzo suyo en América Latina. El
anciano con muletas camina en los suburbios. Una bomba estalla en amarillo
intensísimo. El cielo presagia tormenta. Se leen las palabras de Guy de
Maupassant: Si la muerte fuera sólo
probable, aún habría esperanza; pero no,
es tan segura como la noche después del día. El cuadro es quizá el más
sombrío de la serie hoy desmembrada en distintas colecciones privadas.
El óleo se emplasta. Técnica muy complicada, pues el autor debía ser
paciente para no combinar los colores. Su secado lento (de incluso años) lo hace
vulnerable. El Impresionismo científico de Seurat evolucionó en la creación de
texturas en una experiencia háptica para el espectador. Búsqueda que una
generación posterior llevaría a las Vanguardias a lanzan el collage y más tarde el acrílico.
Aprovechando una gira de conciertos por los Estados Unidos, durante el
invierno de 1896 y 1897, presentó un cuadro en la Exposición Anual de Bellas
Artes de Filadelfia. Tuvo que permanecer dos años en Norteamérica como concertista,
mientras juntaba el dinero necesario para regresar a casa. Al fin se embarcó en
Nueva York el 4 de julio de 1898, pero un choque hundió la nave frente a la
isla Sable. Léon Pourtau con sólo 26 años falleció junto con 500 tripulantes.
La Gran Guerra
Entre la tragedia personal, la realidad internacional no era menos
convulsa. 43 años de «paz armada» atestiguaron un desarrollo moderno en
tecnología que llevó a Europa a crear armamento que por primera vez en la
historia de Occidente contempló el ataque más allá del campo de batalla. Gran
Bretaña diseñó el tanque de guerra al que Alemania hizo accesible para todo
terreno con la implementación de orugas en las llantas. Asimismo, los germanos
desplegarían armas como el temible Barón Rojo, avión caza que potenciaba su
ataque con vuelo en picada y estabilización a pocos metros del suelo; la
ametralladora con la capacidad de lanzar hasta 200 balas por minuto; el
submarino que imitaba a un gran cetáceo de hierro para hundir embarcaciones. Ante
el nuevo enemigo se desarrolló el sónar
–acrónimo del inglés Sound
Navigation And Ranging, alcance de percepción del sonido de navegación–, como
un medio de localización acústica bajo el agua. El radar también ayudaría a
encontrar objetos al emitir señales radioelectrónicas. También llegaron las
primeras armas químicas: los gases, lacrimógeno y mostaza. El primero
obnubilaba la vista, mientas que el segundo laceraba el aparato respiratorio.
La estampa del nuevo hombre destructor fue retratada en acción por el Expresionismo
alemán cubierto con la siniestra máscara antigás.
Repensar nuestros procesos históricos contribuye a marcar pautas de
identidad. Pareciera que 1914 es una fecha tan remota que apenas la situamos en
la coordenada espacio-tiempo. Se han sobrepuesto una cadena de hechos que sería
imposible enumerar y que sin embargo, al analizar la historia del hombre en
Occidente, apenas representa un parpadeo. Se cumplen cien años de una guerra
aciaga (aunque claro, todas lo son).
El 28 de junio de 1914 murió en Sarajevo el archiduque austríaco
Francisco Fernando a manos del joven nacionalista yugoslavo Gavrilo Princip. Un
asesinato que cambió la historia del mundo y desataría la Gran Guerra a la que
acudieron latitudes divergentes allende el continente europeo. Detrás de él,
imperialismos sanguinarios, poder, economía, cambio de fuerzas, alianzas
ancestrales… enconos también ancestrales. Los bandos estaban diferenciados. Los
Aliados, en la llamada Triple Entente: Reino Unido, Francia y Rusia, a los que
se unirían Italia, Japón y los Estados Unidos. Frente a ellos, las Potencias
Centrales o Triple Alianza: el Imperio alemán y Austria-Hungría, a los que se
sumaron el Imperio Otomano y Bulgaria.
Así, un mes después, Serbia era asediada por los austro-húngaros. Rusia
se movilizaba. Alemania invadía Bélgica y Luxemburgo en su camino a Francia.
Ante este escenario, el Reino Unido se vio obligado a declarar la guerra a
Alemania.
Para noviembre, el Imperio Otomano entró en la guerra. Italia y Bulgaria
se unirían en 1915, Rumania al año
siguiente y los Estados Unidos tras el inminente estallido de la Revolución
roja y la salida de Rusia, entró en el ocaso bélico para 1917. Las batallas
continuaron por un año más. 70 millones de militares, hombres y mujeres se
dieron cita en la trágica guerra de trincheras.
¿Vencedores? ¿Acaso los hubo? Más de 9 millones de combatientes
perdieron la vida. Cuatro imperios desaparecieron: el germano, el ruso, el
austro-húngaro y el otomano. Se creó la Sociedad de Naciones génesis de la
Organización de las Naciones Unidas. Chauvinismos a ultranza. Fascismo. Orgullo
mancillado. Debilidad de los Estados democráticos. Crisis económicas… Todo
falló. 20 años después, de nuevo el horror. Una nueva guerra. Una Segunda,
acaso aún más cruenta que la anterior.
Los procesos son sociales y económicos, no meramente militares. Como
señala el investigador Edgardo Buscaglia:
uno, al observar y analizar, también cambia la realidad. Observemos pues a
la distancia. A la distancia de tiempo. A la distancia de la bala…
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Léon Pourtau
(Burdeos, Francia, 1868 ó 1872 – Océano Atlántico, 1898)
El anciano
1894
Óleo sobre lienzo
115.8 x 81 x 4 cm
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Detalle 1 |
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Detalle 2 |
Fotografías: Museo Soumaya en Wikipedia
Fin del artículo.
Reciban un cordial saludo.