JORGE
TERRONES
I
Los
chistes cuando pierden humor y se elevan de broma a categoría son peligrosos.
Muchos de nuestros malentendidos se explican por ese ascenso de jocosidad a
filosofía. Por ejemplo: 'los políticos son unos farsantes'. En un delirio de
cantina que tome esto como premisa, la risa emergerá ante tal despropósito. La
manía de mezclar agua con aceite, indigesta. Hay que saber cuándo reír, cuándo
callar.
Revisemos
este chiste de mal gusto: “Aquel que puede, hace. Aquel que no puede, enseña.
Aquel que puede, crea. Aquel que no puede, critica”. Estas lastimosas
afirmaciones, según el contexto, pueden causar gracia o incomodidad. Si las
aceptamos como ciertas, un profesor y un crítico se emparentan en el nivel de
frustración (ni hablemos del crítico que a su vez enseña); si necesitamos
reírnos de una falsedad, ahí tenemos un pretexto. En cualquier caso, la
frontera entre carcajada y seriedad no es una tenue línea, sino un gran muro.
Quien lo escala y lleva consigo el chiste y lo arroja al otro lado, provoca
irritación. Vale la pena rememorar el rígido apunte de Baudelaire: “Que no se
tomen las cosas a broma. Lo que la boca se habitúa a decir, el corazón se
acostumbra a creerlo.”
La
anterior exposición -socarrona y breve-, tiene sentido cuando hablamos sobre un
subgénero literario: la crítica. Toda suerte de extravagancias se dicen sobre
ella: que no es arte, que no es literatura, que no es ensayo, que es un
parásito. De las cuatro sólo una es cierta: la última. Dicho esto con un poco
de humor, es conveniente entenderla de esa manera: se vale de algo para
someterlo. Sólo faltaría una cosa: el juicio. Esto es: un intruso que califica.
Me
he adelantado y creo que he sugerido el propósito de mi discurso: defender la
crítica como ensayo y, sobre la marcha, destrozar uno que otro mito sobre ella;
pero antes es preciso retroceder un poco. Primero hay que definir nuestras
categorías estéticas que habremos de utilizar: arte, literatura, ensayo.
II
Dino
Formaggio en su ensayo “Arte” (1981) resolvió un concepto con nueve palabras
que nos recuerdan a Gertrude Stein: “Arte è tutto ciò che gli uomini chiamano
arte”. La frase, tan menospreciada como utilizada, es una tautología que es
intercambiable para cualquier fenómeno del mundo: “una tontería es lo que los
hombres llaman tontería”. Una rosa es una rosa es una rosa. ¿Es por ello menos
cierto? Tengamos en cuenta que Formaggio fue un pensador del arte. No abuso del
argumento de autoridad (ad verecundiam), pero quisiera destacar que no es la
opinión de un hijo de vecino. De ahí que este caso sea particularmente
interesante: un chiste elevado a categoría filosófica. Cosa curiosa: en ambos
lados el chiste prevalece. Y, sin embargo, ni Formaggio ni yo estamos siendo
irónicos.
Enfrentémonos
a la complejidad: ¿qué es arte? La empresa conceptual se antoja irrespondible.
Por eso es estimulante. Curioso: la actividad estética más valorada por nuestra
civilización es el arte y no podemos sentenciarla. Todo examen que persiga su
definición habrá de entenderse como un enfrentamiento extraño entre teoría y
objeto. Extraño porque, a diferencia de un duelo, no hay victoria, no hay
derrota, no hay empate. Nuestra inteligencia nos da para precisar tentativas.
Sabemos verlo, oírlo, tocarlo: es un organismo vivo. Pero no alcanzamos a
distinguir, por completo, sus facciones: ¿cuál es su rostro? No nos
confundamos: no el arte, sino el hombre es el que está vendado de los ojos.
George
Dickie, discurriendo sobre arte visual contemporáneo, propone estudiar el arte
como un sistema integrado, entre otros, por mercado, galería, curadores. Si
aceptamos esa interpretación, habría que modificar la dirección de análisis: no
qué ni por qué, sino cuándo hay arte. La respuesta del interrogante se antoja
simple y, al mismo tiempo, útil: arte es lo que el sistema del arte dice que lo
es. Esto es que una obra se convierte en arte no por la intención del artista,
sino por la colocación de la obra dentro de la dinámica del arte: una pintura
será arte en la medida en que sea estudiada, expuesta, publicada, interpretada,
discutida. Con literatura ocurre lo mismo. Guillermo Cabrera Infante:
“Literatura es lo que leemos como tal”. El escritor cubano y el filósofo
italiano ya referido, si fueran evaluados por sinodales, reprobarían. Por
suerte no estamos aquí para evaluarlos, sino para demostrar que el arte está
unos pasos más adelante que la reflexión de su ontología.
Seguimos
hablando en abstracto. ¿Cuáles son las particularidades de los géneros
literarios?: ¿qué hace que una novela sea una novela? Las definiciones poseen
la misma herencia de la categoría más alta (arte), es decir que son
indeterminables. Entendamos la literatura, como el arte, como un organismo
indefinible pero identificable.
III
Equiparemos,
a riesgo de sonar simplistas, los géneros literarios con deportes: la novela y
el cuento son dos maneras de entender fuerza y velocidad. La novela es un
maratón de 40 kilómetros; el cuento: de 12. (El microrrelato: cien metros
planos.) En carrera larga el maratonista puede bajar el ritmo o incrementarlo.
Sería una torpeza iniciar a toda velocidad: se cansaría dentro de poco. El
cuentista, en cambio, no tiene tiempo para bajar el ritmo: inicia y acaba con
fuerza. En la novela la fuerza se divide según los tiempos. Una diferencia
sustantiva con el resto de los géneros: los corredores pueden tropezar y lo
comprenderemos. Levantarse y seguir es una exigencia.
Según
Vargas Llosa, Borges decía que en poesía sólo vale la excelencia. ¿Qué deporte
le correspondería a la lírica? Clavados o gimnasia: deportes que buscan la
perfección y no siempre la consiguen. El clavadista busca entrar como una
flecha al agua: sigilosa, quieta y mortal. El gimnasta, ante una prueba
desafiante para el cuerpo, danza mientras ejerce su disciplina y busca tener la
elegancia del gato para caer de pie sin el mínimo reconocimiento de la tensión
muscular. No puede sobrar ni faltar nada.
El
ensayista es un boxeador. Su aventura puede durar un round (pensemos en Julio Torri) o toda una pelea
(recordemos a Octavio Paz). Si gana jamás lo hace por decisión: sus argumentos
están ahí para noquear a su contrincante. ¿Quién es? El objeto que estudia: lo
que sea. Flotar como una mariposa y picar como una abeja. Los boxeadores
orbitan a su adversario como una fiera que mide a su hipotética víctima. Los
ensayistas también. Si en los otros deportes que he elegido el rival es uno
mismo, y en el ensayo no, es porque los ensayistas se baten frente a algo. ¿Qué
pasa cuando el foco de atención es un peso completo y el ensayista un peso
mosca? Lo mejor será arrojar la toalla y detenerse: un chihuahueño nunca podrá
contra un doberman. En otras palabras -y esto va para todos los géneros-:
permanecer inédito.
Se
ha dicho que la crítica es un árbitro y no un jugador en el estadio de la
literatura. Paradoja: lo es y no lo es. ¿Cómo definirla? Examen y juicio. Actualicemos
a Baudelaire: “para ser justa, es decir, para tener su razón de ser, la crítica
ha de ser parcial, apasionada, política...” Habría que agregar “polémica”. La
naturaleza de la crítica es polemista y su función es enjuiciar, ¿qué deporte
se le asemeja? Diría que el ajedrez por la paciencia, pero el ajedrecista no
emite juicios en el tablero sobre su contrincante. El símil más próximo es,
nuevamente, el box. Nada más evidente: la crítica es un ensayo, un boxeador.
¿Quién levanta la mano al ganador? Aceptemos que el crítico no sólo es
boxeador: también es el referee. Juez y parte, el crítico es una rara avis en
el mar literario: pez y pescador. Su naturaleza, claramente bipolar, obliga a
sus similares (los otros géneros y subgéneros) a colocarle sobrenombres
(frustrado, inútil, chapucero: chistes; nunca filosofía).
La
crítica, como ya es posible advertir, golpea y sentencia. El rival,
aparentemente en desventaja, impugnará; pero sería más interesante que se
concentrara en el ataque (los argumentos) que en el resultado. La virtud del
crítico: la justicia. Más que el final, el desarrollo es lo valioso. ¿Cómo
distinguir el desempeño (valoración) de la conclusión (juicio)? Ejemplo: un
profesor presenta un cuestionario a un estudiante. Supongamos que de diez
reactivos, contesta satisfactoriamente tres. La calificación será una (un tres)
y el juicio otro (estudiante limitado).
Entiendo
las críticas de Eliot, Emerson, García Ponce, y un largo etcétera, como
ensayos, literatura y, consecuentemente, arte. Quien se enfade con esto sólo
tiene una alternativa: decir por qué no. Lo más común es que se insista en que
la crítica es otra cosa. Nadie ha dicho qué nombre o categoría recibiría.
Prefiero este juego comparativo entre géneros y deportes, que estimo haya sido
claro, a aquella abstracción que nombra un territorio que es ignoto. Hay una
diferencia entre no saber definir una categoría, a darle nombre a algo que se ignora.
Tenemos una larga historia de crítica, desde Aristóteles hasta hoy, como para
obviarla. Quizás el conflicto sea distinto: se desprecia cierto tipo de crítica
por su factura literaria. Someter la crítica a juicio es la respuesta de los
otros géneros. Nada más saludable para animar la conversación (elemento clave
en el ámbito cultural), sin embargo, ese señalamiento es transferible: vale
para todos.
Me
voy a permitir una licencia: a continuación emplearé palabras como “bueno” o
“malo”. Es desagradable encontrar ese par de adjetivos en un discurso, pero, de
momento, no tengo otro vocabulario que me permita continuar mi exposición.
¿Toda novela, sólo por serlo, es buena?, ¿todo poeta es un buen poeta?, ¿todo
cuento es digno del recuerdo? Apenas si merece la pena responder: no. Lo mismo
ocurre con el ensayo y, con él, con la crítica: ¿por qué se le demanda tanto?,
¿por qué no escuchamos que tal o cual poema, no es poesía? La solución del
problema se encuentra en la verificación de la herramienta del género que se
estudie: lo que para el poeta es la imagen, para el ensayista es el argumento.
Cualquier
género literario nos presenta maneras de comprender el mundo y, evidentemente,
las ideas toman distintos colores o matices, pero es ese centauro (la comparación
la debemos a Reyes) el que nos permite, más que los otros géneros, confrontar
ideas. La prueba -acaso simple y al mismo tiempo útil- son las mesas de
lectura: el poeta, el novelista y el cuentista, leen su obra y el público
escucha. Rara vez discute con el autor. Con el ensayista es radicalmente
distinto. Lee su trabajo y la consecuencia lógica de la audiencia es debatir.
El ensayo es, en el buen y en el mal sentido, una provocación: sacude, agita*. Las
ideas defienden o atacan. Las ideas críticas defienden, atacan y enjuician.
Disyunción, conjunción. Esa sutil diferencia hermana y desconoce. Por eso dicen
(¿chiste?) que la crítica no es ensayo y mucho menos arte. Pienso, con Cuesta, que ante una obra
de arte, la crítica “no admite otra razón de ser que ser otra obra de arte,
otra creación.”
Podemos
entender el Guernica como una crítica al desastre de la guerra y como una
afirmación de la fuerza española representada por el toro. Sin embargo, la
crítica tiene, sin demeritar las demás posibilidades artísticas, su principal
vehículo en el ejercicio literario: no en una pintura, tampoco en una pieza
musical, sino en un ensayo.
Espero
que hasta aquí haya podido defender la crítica como ensayo. Aunque, por otro
lado, sea estéril. Eminentes pensadores de la cultura se han referido a la
crítica como una actividad de eunucos (Steiner). Las imprecisiones conceptuales
de las categorías aquí representadas provocan esos dislates. Parece, entonces,
que todo se puede decir sobre la crítica. ¿Será? Lo dudo. Los malentendidos se
clarifican conversando.
He
comenzado esta reflexión asumiendo que definir “arte” y “literatura” es una
empresa compleja cuyos resultados son temporales o provisionales. Eso sí:
siempre promisorios. Habrá más de uno que tenga otra postura, varias
comparaciones y distintos argumentos. La crítica es otro nombre que recibe el
arte de disentir. Disentir: conversar. Conversar: compartir la inteligencia.
* Paráfrasis del quinto
párrafo del ensayo “Saber leer” publicado por el autor en www.mexicokafkiano.com/2014/01/centauro-incompleto-respuesta-ricardo-esquer/
(31/01/14)
NOTA IMPORTANTE: Este texto será publicado, a finales de año, por
el Instituto Cultural de Aguascalientes, en una antología sobre ensayo.