JUAN CARLOS JIMÉNEZ ABARCA
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Letras de Cambio, 5 junio 2011 |
“Armada de locura
para un largo viaje”, Leonora Carrington dio el espíritu el 25 de mayo de 2011.
Murió la última de los surrealistas, se dijo en abundantes encabezados de
prensa escrita y televisión; se fue la novia del viento, dijeron otros en
tertulias y referencias inspiradas para despedirle como figura prominente de la
cultura en México y el mundo. Pero el evento de su fallecimiento fue realizado
con privacidad y discreción. Sus restos no fueron exhibidos en un palacio como
el de Bellas Artes de la ciudad de México, tal como ha sucedido con otras
personalidades culturales como Carlos Monsiváis más recientemente, o como con
Frida Kahlo hace ya varias décadas, con un contingente de occisos intermedio
que ha hecho de Bellas Artes la sede consagrada para el sepelio cultural de
mayor rango en el país. No. El destino de los restos de Leonora Carrington se
decidió en el seno familiar, dejando el homenaje luctuoso para los sitios
públicos.
La muerte es y no
es parte de la vida. No lo es porque consiste en la no-vida, en el tránsito de
un estado a otro: de estar a no estar. Pero sí lo es porque forma parte de la
vida de los vivos que sobrevivimos a nuestros muertos. ¿Qué queda en nosotros
de quienes ya no están? Palabras, recuerdos, valores, ideas y nuevas lecturas
de su paso por la vida y la obra humana.
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The Burning of Bruno 1964 |
Octavio Paz, el
poeta que presenció –con horror y desconcierto- el acto de sangre fundador del
Surrealismo en la literatura, la llamó “hechicera hechizada”, insensible a la
moral social, la estética y el precio. La galerista Inés Amor, anfitriona de
las exposiciones surrealistas y de vanguardia nacional e internacional en la
Galería de Arte Mexicano, la pronunciaba como “pescadora de sueños o de
estrellas”, que entretejió su realidad fuera de su verdad de mágica percepción.
Lourdes Andrade, investigadora de arte y autora de una publicación sobre la
pintora, acentuaba la “ausencia de toda soberbia intelectualista” en su obra.
Luis Carlos Emerich, también investigador y crítico de arte, compartía que
Leonora era “una fantasía en pié, con la rebeldía como sello. Una mujer culta e
inteligente que parece tenebrosa pero en el fondo es un chistorete cotidiano.” Finalmente,
André Breton, mítico fundador del movimiento artístico con el que tanto se ha
caracterizado la obra de Carrington –el Surrealismo-, se expresaba de ella en
cuanto que “contempló el mundo real con los ojos de la locura y a la locura del
mundo con un cerebro lúcido”. Debo el compendio de opiniones de estas personas
a la periodista Angélica Abelleyra en su texto “La rebeldía como sello”
(suplemento Laberinto, Milenio, 28/05/2011).
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Canción de Gomorra 1963 |
A menudo, inscribir
la obra particular de artistas en tendencias y corrientes artísticas generales se
vuelve salida fácil y lugar común. Como decir que el imaginario de Carrington
se parece a al de Remedios Varo y Alice Rahon y que las tres eran surrealistas,
pintoras del sueño y sus creaciones inconscientes. Pero hay que atender las
palabras de la autora a este respecto: “Nunca me consideré una “femme-enfant”
como André Breton quería ver a las mujeres. Ni siquiera que me tuvieran por
una, ni traté de cambiar al resto, sencillamente aterricé en el Surrealismo;
nunca pregunté si tenía derecho a entrar.” Leonora se oponía al machismo al
interior del movimiento de artistas varones que preferían a las mujeres como
musas o fuentes de inspiración que como compañeras de vanguardia.
“Enfrentábamos nuestra situación de mujeres con mucho cabrón trabajo […] sobre
todo el trabajo de no mentirse a una misma para tener un poco de más paz”.
El Surrealismo es
mucho más que sólo la noción general de concretarse en la producción de
imágenes basadas en sueños e imágenes delirantes. Como manera artística, como
postura vital, la virtud de esta corriente consistió en intentar revelar un
mundo más real que la realidad visible, la realidad que hay bajo las
apariencias, mostrar el “funcionamiento verdadero del pensamiento” sin el velo
de la lógica racional y los significados habituales de las cosas, por efecto de
los mecanismos represores del psiquismo. No es un arte de comunicación
deliberada, sino un viaje de descubrimiento; no es una exposición planeada ni
una construcción argumental, sino un impulso instintivo. No es propaganda
ideológica, sino manifestación simbólica. Para trabajar en el
autodescubrimiento, para pintar las imágenes oníricas y escenas de magia y
leyenda, para experimentar en la fantasía la realidad de la existencia en este
mundo nadie necesita permiso. Y ciertamente Leonora no pidió a Breton ser
aceptada en el movimiento; ella hizo sus maneras y su pertenencia se dio por
consecuencia.
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Crookhey Hall 1947 |
Pero su pintura y
escultura no son privativas de las geografías del ensueño y la vida nocturna. Su
estudio de la alquimia y tradiciones herméticas le llevaron, por ejemplo, a
pintar The burning of Bruno (1964) acerca de Giordano Bruno, quemado en la
hoguera por hereje en 1600. Pero Leonora no presenta la quema de Bruno a su
muerte, sino su cuerpo invertido y envuelto en las flamas de iluminación que
abrazan símbolos de cosmología, física, magia y el arte de la memoria, animales
míticos y esferas celestes. El fuego de Giordano en la escena no es el aquél
que le dio muerte, sino el que trasmutó su alma.
La recreación de
lugares originarios y de la antigüedad se nota en pinturas como La canción de
Gomorra (1963), un jardín donde hombre y mujer pájaro tocan el arpa con sus
patas, cantando las delicias de las criaturas cubiertas por un cielo rojo. El
arca de Noé (1967) es una embarcación fantasmal y traslúcida que contiene al
mar mientras se rodea de un jardín y siervos carmín. Azurbánipal (1955) es un
personaje que intercambia palabras-pájaro con una mujer arbórea al otro lado de
una isla mientras el mar rojo se revuelca bajo sus pies y en el cielo giran
seres y flores alrededor de un sol empequeñecido.
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Retrato de Max Ernst 1940 |
Su vida aparece en
los jardines y antiguos caseríos flanqueados por lagos y bosques en Crookhey
Hall (1947) donde una mujer blanca corre ante el espasmo de tres espíritus
masculinos y una mujer gato. El título coincide con la residencia en la que
Leonora y sus hermanos, después de la mudanza de su lugar natal inglés,
quedaron al cuidado de una institutriz francesa, un tutor religioso y una nana
irlandesa, de la cual habría de aprender cuentos fantasmales y de tradición
celta. También su amor de antaño, Max Ernst, aparece en un retrato de 1940. Ese
año Max había sido aprisionado por los nazis y enviado a un campo de
concentración. Ella, como caballo congelado rodeado de témpanos mira el
horizonte. Habiendo adquirido con él la fortaleza de la libertad creativa y el
amor trascendente que diluye la diferencia entre lo real y lo ficticio, cae en
el delirio ante el aprisionamiento de Ernst, y sufre un colapso nervioso. Desde
aquí, la locura –que no era psiquiátrica en su caso- no le abandonaría. Y como
mujer adulta fue reconocida como una persona que casi no hablaba con nadie que
no le diera respuestas a sus preguntas, según Elena Poniatowska. Tras su muerte
las preguntas acabaron para ella. Nos quedan los rastros de la soñada fantasía
que en vida confeccionó en papel, lienzo, bronce y letras.
Publicado en el Suplemento
Cultural Letras de Cambio
Diario Cambio de
Michoacán
05 de junio 2011